¿Leer? No, gracias…
Parte
1: No leo, luego existo.
Leer
es un hábito, que, como todo mal hábito, se adquiere, no se nace con el gusto (alcohol,
tabaco, café, chocolate…). Pero vamos más allá: es un vicio. La mayoría de los
lectores habituales o habituados o enviciados no podemos dejar de lado la máxima
Nietzscheana: “Un día que no leo o que no bailo es un día perdido”. Por mi
parte tengo muchísimos, infinitos días perdidos porque no bailo ni habiendo
nacido trompo (ni yo-yo).
Eso
sí, no pasa un día en que no lea, y no digamos del “nuevo” pero tan viejo
concepto de leer el mundo en sus “distintas presentaciones”. Leo de forma
tradicional, no me gustan los nuevos soportes, prefiero el tradicional libro y ahí
me quedo.
El
problema es ese: diario leo un poco. Y es que como decía: si leo no existo;
para leer hay que invertirle tiempo, hay que sentarse un rato. Que si bien he leído
caminando no es recomendable, termino sentado o boca abajo. Entonces, si leo no
hay diálogo con el otro, con la persona de a pie. Entonces no existo al leer,
hay que no leer para ser de sociedad.
Sin
embargo, desde que a un griego se le ocurrió (como todo se le ha ocurrido a los
griegos, hasta el mp3 venía de los griegos) la frase aquella de que el hombre
es un animal social por naturaleza quedamos completa y trágicamente condenados
a nunca estar solos. La soledad es una utopía. En verdad, todo aquel que se
llegue a sentir solo es una ilusión, ya quisiéramos estar solos un momento en
verdad.
Bueno,
no leo luego existo, leo y existo, pero torcidamente. Los lectores somos los
arboles torcidos porque de una u otra forma nuestra interacción social se
pervierte en las palabras del otro, las palabras recogidas durante siglos de sabiduría.
Así que existo, pero a veces sin el sentimiento de novedad ante las imágenes o
las frases de la mayoría, las de superación personal, las de apoyo y/o los clichés.
Entonces el lector va un paso delante de la sociedad y aquí la referencia
personal: si vas adelante vas solo (o en tu defecto acompañado por similares,
que son los menos y muchas veces alejados y otras tantas distanciados ideológicos,
que a fin de cuentas es lo que vale, no estar de acuerdo pero tener argumento,
no verborrea).
Parte
2: No leo, es un vicio caro.
Pues
sí, no creo que haga falta explicar. Explico. Un libro, para la mayoría de los países,
oscila entre 2 y 10 salarios mínimos o más aun, pero me quedo en lo “común” (en
México vamos desde 50 pesos un titulo bueno, pero de dominio popular en edición
poco… ¿cuidada? Hasta 600 pesos, 800 los títulos de contemporáneos, de rarezas
que valen la pena y en ediciones muy bien cuidadas).
Y
no es que esté seguro de los demás países, sólo de unos cuantos.
Pero
bueno, están las bibliotecas… no, esas son cárceles de libros. Primero son los
libros que alguien dijo que eran los buenos. Segundo: nos obligan a estar en
silencio o quietos, ¿Qué pasa si leo “El que no lea este libro es un imbécil”
de Oliverio Ponte Di Pino y quiero soltar la carcajada? Y por último ¿tengo que
dejar mi café fuera? En él mejor de los casos me habrá abandonado y no engañado
con otros labios…
Esta
boca es mía: he rescatado algunos libros de las bibliotecas aunque no me dejen
entrar después. Y no los robo, los rolo. O sea, los presto. Es importante tener
físicamente un libro, al menos para mí: me sirven de arma de aislamiento para
otros seres que comparten mi gusto antisocial, o los recomiendo, como se dice
normalmente. Así que tengo que comprarlos, “no
robarás”.
Luego
tengo que trabajar para comprar estos libros. Si trabajo no tengo tiempo para
leer. ¡Tengo que trabajar para vivir! Quién fuera Sartre para leer un libro
diario…
Leo
ergo soy pobre. Trabajo ergo no leo. Trabajo ergo leo ergo soy un pobre lector
pobre… o rico lector pobre, qué más da, tengo que seguir comiendo y trabajando
y leyendo.
Parte
3: (la que duele) Odiamos al que lee, o al menos causa problemas.
Sucede
que en la sociedad el que lee es un nerd, o un matado o un “contreras” porque
para todo hay un argumento a favor y miles en contra. El solo hecho de
conocerlos, uno o dos, basta para ser visto como bicho, o como un contestatario
o anarquista.
Para
los que leen: me recuerda una pareja que decía: “si nos divorciamos el problema
no será quién tendrá la custodio de los hijos, sino quién se quedará con los
libros…” y luego las discusiones por libros puede ir desde una página perdida (separador)
hasta el subrayado o el cuidado de los libros.
Lo
ideal para alguien que lee es estar con una pareja por: 1.- siempre sorprendes
con datos 2.- pareces inteligente 3.- conquistas con plagios, poemas plagiados
4.- no habrá discusiones sobre el nihilismo del existencialista o el humanismo
del existencialismo 5.- son TUS libros.
Pero
hasta aquí no he dicho nada que no sepa el que lee y que algunos que no leen
supongan. Aquí viene lo bueno.
Parte
4: Leer ayuda a la evacuación (a defecar pues)
Soy
de los que tienen un libro en el baño. En una ocasión encontré a mi igual: una dirección
cultural de cierto estado que guardaba sus libros descartados de las
bibliotecas municipales en estanterías en el baño. En el mejor de los casos tomábamos
uno para leer mientras descansábamos con los pantalones a la rodilla, los bóxers,
calzones, bragas al mismo nivel y sentados al “trono”. En el peor de los casos
no había papel: no hay presupuesto para papel higiénico pero hay libros de
descarte (cuidado con los hongos por humedad de los libros).
En
fin, en mi humilde hogar tengo libros en cada uno de los dos baños (generalmente
de filosofía); paso un buen rato en el baño, voy al menos dos veces de visita a
tan apreciable lugar y leo un par de páginas por vez, así que a la semana he leído
un cuento corto al menos. Yo no filosofo a martillazos, yo filosofo a pedazos…
o en pedazos (por partes, sin doble sentido).
En
fin, si nos acostumbramos a leer en el baño todo mundo leería su par de hojas
diarias. Bueno, hagamos cuentas: media página una vez al día o cada tercer día,
para los casos estreñidos extremos. Luego se va aumentando la ración: una página
una o dos veces al día. Así sucesivamente. ¿Resultado? ¡Obvio! ¡En el mundo habría
menos estreñidos! Ah, sí, también mas lectores.
Fábula:
Cuando
el extremo del orto quiso tomar el control del organismo, por encima del corazón,
pulmones y cerebro, todos lo ignoraron, así que se cerró herméticamente. El cuerpo
no se pudo deshacer de sus sobrantes y el malestar era inaudito, insoportable. Después
del tercer día el cuerpo resucitó… bueno, no, el cuerpo acepto el mando del esfínter
y el cuerpo descanso.
Moraleja:
Hay
que leer para hacer “del cuerpo” sanamente… la moraleja original es que desde
ese entonces todos los jefes tienen cara de culo, pero ese no es el tema, así
que la moraleja es que hay que leer en el baño al menos y la cultura asciende, así
como disminuyen los estreñidos, ¡hagan la prueba!.
Ah sí, estadísticas:
dos páginas al día al menos, una por ida al baño (aunque deberíamos ir tres
veces al día) es igual a 730 páginas leídas al año, que es al menos un Quijote,
dos divinas comedias, un así hablo Zaratustra, con un filosofar a martillazos y
un Ecce homo, o lo que ustedes quieran. El mexicano subiría en su promedio de lectura
anual y mejoraría también, insisto, sus situaciones intestinas, escatológicas u
ortales, cagaríamos mejor hombre. Y alguien que ha defecado bien es más feliz…
¿no?
Mictlan
Arriaga V.
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