miércoles, 5 de septiembre de 2012

LEER Y DEFECAR

 
 
 
 
¿Leer? No, gracias…
                Parte 1: No leo, luego existo.
                Leer es un hábito, que, como todo mal hábito, se adquiere, no se nace con el gusto (alcohol, tabaco, café, chocolate…). Pero vamos más allá: es un vicio. La mayoría de los lectores habituales o habituados o enviciados no podemos dejar de lado la máxima Nietzscheana: “Un día que no leo o que no bailo es un día perdido”. Por mi parte tengo muchísimos, infinitos días perdidos porque no bailo ni habiendo nacido trompo (ni yo-yo).
                Eso sí, no pasa un día en que no lea, y no digamos del “nuevo” pero tan viejo concepto de leer el mundo en sus “distintas presentaciones”. Leo de forma tradicional, no me gustan los nuevos soportes, prefiero el tradicional libro y ahí me quedo.
                El problema es ese: diario leo un poco. Y es que como decía: si leo no existo; para leer hay que invertirle tiempo, hay que sentarse un rato. Que si bien he leído caminando no es recomendable, termino sentado o boca abajo. Entonces, si leo no hay diálogo con el otro, con la persona de a pie. Entonces no existo al leer, hay que no leer para ser de sociedad.
                Sin embargo, desde que a un griego se le ocurrió (como todo se le ha ocurrido a los griegos, hasta el mp3 venía de los griegos) la frase aquella de que el hombre es un animal social por naturaleza quedamos completa y trágicamente condenados a nunca estar solos. La soledad es una utopía. En verdad, todo aquel que se llegue a sentir solo es una ilusión, ya quisiéramos estar solos un momento en verdad.
                Bueno, no leo luego existo, leo y existo, pero torcidamente. Los lectores somos los arboles torcidos porque de una u otra forma nuestra interacción social se pervierte en las palabras del otro, las palabras recogidas durante siglos de sabiduría. Así que existo, pero a veces sin el sentimiento de novedad ante las imágenes o las frases de la mayoría, las de superación personal, las de apoyo y/o los clichés. Entonces el lector va un paso delante de la sociedad y aquí la referencia personal: si vas adelante vas solo (o en tu defecto acompañado por similares, que son los menos y muchas veces alejados y otras tantas distanciados ideológicos, que a fin de cuentas es lo que vale, no estar de acuerdo pero tener argumento, no verborrea).
 
 
                Parte 2: No leo, es un vicio caro.
                Pues sí, no creo que haga falta explicar. Explico. Un libro, para la mayoría de los países, oscila entre 2 y 10 salarios mínimos o más aun, pero me quedo en lo “común” (en México vamos desde 50 pesos un titulo bueno, pero de dominio popular en edición poco… ¿cuidada? Hasta 600 pesos, 800 los títulos de contemporáneos, de rarezas que valen la pena y en ediciones muy bien cuidadas).
                Y no es que esté seguro de los demás países, sólo de unos cuantos.
                Pero bueno, están las bibliotecas… no, esas son cárceles de libros. Primero son los libros que alguien dijo que eran los buenos. Segundo: nos obligan a estar en silencio o quietos, ¿Qué pasa si leo “El que no lea este libro es un imbécil” de Oliverio Ponte Di Pino y quiero soltar la carcajada? Y por último ¿tengo que dejar mi café fuera? En él mejor de los casos me habrá abandonado y no engañado con otros labios…
                Esta boca es mía: he rescatado algunos libros de las bibliotecas aunque no me dejen entrar después. Y no los robo, los rolo. O sea, los presto. Es importante tener físicamente un libro, al menos para mí: me sirven de arma de aislamiento para otros seres que comparten mi gusto antisocial, o los recomiendo, como se dice normalmente. Así que tengo que comprarlos, “no robarás”.
                Luego tengo que trabajar para comprar estos libros. Si trabajo no tengo tiempo para leer. ¡Tengo que trabajar para vivir! Quién fuera Sartre para leer un libro diario…
                Leo ergo soy pobre. Trabajo ergo no leo. Trabajo ergo leo ergo soy un pobre lector pobre… o rico lector pobre, qué más da, tengo que seguir comiendo y trabajando y leyendo.
 
 
                Parte 3: (la que duele) Odiamos al que lee, o al menos causa problemas.
                Sucede que en la sociedad el que lee es un nerd, o un matado o un “contreras” porque para todo hay un argumento a favor y miles en contra. El solo hecho de conocerlos, uno o dos, basta para ser visto como bicho, o como un contestatario o anarquista.
                Para los que leen: me recuerda una pareja que decía: “si nos divorciamos el problema no será quién tendrá la custodio de los hijos, sino quién se quedará con los libros…” y luego las discusiones por libros puede ir desde una página perdida (separador) hasta el subrayado o el cuidado de los libros.
                Lo ideal para alguien que lee es estar con una pareja por: 1.- siempre sorprendes con datos 2.- pareces inteligente 3.- conquistas con plagios, poemas plagiados 4.- no habrá discusiones sobre el nihilismo del existencialista o el humanismo del existencialismo 5.- son TUS libros.
                Pero hasta aquí no he dicho nada que no sepa el que lee y que algunos que no leen supongan. Aquí viene lo bueno.
 
 
                Parte 4: Leer ayuda a la evacuación (a defecar pues)
                Soy de los que tienen un libro en el baño. En una ocasión encontré a mi igual: una dirección cultural de cierto estado que guardaba sus libros descartados de las bibliotecas municipales en estanterías en el baño. En el mejor de los casos tomábamos uno para leer mientras descansábamos con los pantalones a la rodilla, los bóxers, calzones, bragas al mismo nivel y sentados al “trono”. En el peor de los casos no había papel: no hay presupuesto para papel higiénico pero hay libros de descarte (cuidado con los hongos por humedad de los libros).
                En fin, en mi humilde hogar tengo libros en cada uno de los dos baños (generalmente de filosofía); paso un buen rato en el baño, voy al menos dos veces de visita a tan apreciable lugar y leo un par de páginas por vez, así que a la semana he leído un cuento corto al menos. Yo no filosofo a martillazos, yo filosofo a pedazos… o en pedazos (por partes, sin doble sentido).
                En fin, si nos acostumbramos a leer en el baño todo mundo leería su par de hojas diarias. Bueno, hagamos cuentas: media página una vez al día o cada tercer día, para los casos estreñidos extremos. Luego se va aumentando la ración: una página una o dos veces al día. Así sucesivamente. ¿Resultado? ¡Obvio! ¡En el mundo habría menos estreñidos! Ah, sí, también mas lectores.
 
 
                Fábula:
                Cuando el extremo del orto quiso tomar el control del organismo, por encima del corazón, pulmones y cerebro, todos lo ignoraron, así que se cerró herméticamente. El cuerpo no se pudo deshacer de sus sobrantes y el malestar era inaudito, insoportable. Después del tercer día el cuerpo resucitó… bueno, no, el cuerpo acepto el mando del esfínter y el cuerpo descanso.
 


 
                Moraleja:
                Hay que leer para hacer “del cuerpo” sanamente… la moraleja original es que desde ese entonces todos los jefes tienen cara de culo, pero ese no es el tema, así que la moraleja es que hay que leer en el baño al menos y la cultura asciende, así como disminuyen los estreñidos, ¡hagan la prueba!.
Ah sí, estadísticas: dos páginas al día al menos, una por ida al baño (aunque deberíamos ir tres veces al día) es igual a 730 páginas leídas al año, que es al menos un Quijote, dos divinas comedias, un así hablo Zaratustra, con un filosofar a martillazos y un Ecce homo, o lo que ustedes quieran. El mexicano subiría en su promedio de lectura anual y mejoraría también, insisto, sus situaciones intestinas, escatológicas u ortales, cagaríamos mejor hombre. Y alguien que ha defecado bien es más feliz… ¿no?
Mictlan Arriaga V.